Pau Avellaneda: Más tiempo al aire libre para los niños urbanos

El geógrafo disecciona en la Facultade Ágora la evolución y sentido de los caminos escolares


“El espacio público es lo que tiene más valor de todo el espacio existente, tiene un valor incalculable, y a veces es el menos valorado” Con estas palabras comenzó su intervención el geógrafo Pau Avellaneda, que habló de las distintas modalidades de camino escolar y de cómo esta fórmula, inicialmente sólo escolar, puede llegar a ser el germen de una completa transformación urbana.

Las personas fueron “vulnerabilizadas” por quienes privatizaron el espacio, expulsándolas de las ciudades, y ahora está costando mucho recuperarlas, en un momento en el que ya pocas personas recuerdan aquellas ciudades en las que se vivía en la calle “no en los márgenes de la calle, sino en el centro de ella… los niños fueron quienes con más crudeza sufrieron ese proceso de expulsión”.

Mecanismos de defensa

Los primeros caminos escolares surgieron como rutas seguras, mecanismos de defensa ante escenarios con elevado riesgo para las personas. La principal preocupación era la seguridad, por lo que se establecían unos itinerarios entre los domicilios y las escuelas que se adecuaban para los traslados a pie o en bici, minimizando al máximo los riesgos.

La segunda “generación” de caminos consiste en trazar determinados recorridos sobre un plano para actuar sobre ellos con determinadas obras que se consideraban importantes para la seguridad, con lo que pasaban a ser itinerarios prioritarios por donde podía circular el alumnado sin peligro. Son actuaciones que, siguiendo la lógica de un plan de movilidad, consisten sobre todo en ensanchar aceras y disponer ante el colegio de espacios más amplios para la espera, la entrada y la salida, muchas veces realizadas a través del llamado urbanismo táctico, sin obras “duras”.

Autonomía infantil

Otra modalidad es ya mucho más que un proyecto de movilidad infantil en sí mismo. Son las llamadas “Rutas seguras”, haciendo referencia a que el resto de las calles carecen de esa seguridad. Y cuando ocurre que la ruta segura se extiende a espacios urbanos más amplios, llegamos al concepto de “autonomía infantil”, para que puedan ir caminando por la calle sin riesgo.

Avellaneda, no obstante, considera que debemos ir más allá: “hay que pensar que las niñas y los niños no están en la calle y el camino escolar debe contribuir a pensar colectivamente en cómo transformar la calle para que ellos vuelvan a ella, a ocuparla”. Antes, la infancia tenía las calles a su disposición, “y ahora nos vemos en la obligación de reclamar el derecho a la ciudad, el derecho al espacio público”, apuntó el urbanista.

Presos y niños

“Estamos criando a nuestros niños en cautividad, es terrible pensar que la mitad de los niños pasan menos de una hora al día al aire libre, pero resulta mucho más cruel esta comparación: un preso en una cárcel ve más tiempo el cielo que un niño”.

Antes de finalizar citó la actual Revuelta Escolar como un saludable movimiento para reivindicar ciudades más amables, y por último puso como ejemplo la transformación del entorno de un colegio en un pequeño pueblo, en el que se limitó la presencia de automóviles en casi todo el espacio urbano de su proximidad, excepto en la vía de circulación propiamente dicha, ya que era una travesía. El resto del espacio se transformó en zonas para la vida de las personas, entre ellas, el alumnado y comunidad escolar.

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