La musa Arqué en tu ciudad

Por Antonio Bege. Arquitecto


Un regato de sudor resbala de tu sien. Has caído de bruces. No ha sido buena idea el running con el sol en su cenit. Noqueado por el golpe de calor eres incapaz de levantarte.  Sientes un profundo dolor en el mentón rallado contra el suelo y un picor en tu rodilla descarnada que deja fluir una catarata sanguina. Te palpas y tus manos se embadurnan de tu líquido sanguinolento. Lanzas un grito que nadie escucha.

No sopesaste el poder del mediodía solar. No suponías que un nublo te tumbara en el primer asalto. Confuso, te recompones. Al día siguiente no le das importancia pues solo duele cuando hurgan en las heridas para curarte.

A pesar de este trance, eres afortunado. Envidiado. El arquitecto al que encargan ese proyecto estupendo, ese proyecto con presupuesto suficiente. No tienes excusa para no mejorar lo que otros han hecho antes. Ahora puedes remodelar sin limitaciones, con total libertad.

Y es tu momento. Ningún resbalón puede impedir hacer real tu ilusión.

 


1. Determinación. Colorear de blanco el asfalto de la ciudad. ¿Lo ponemos en marcha ya? ¿De menos a más? La cabeza te bulle ante la gran oportunidad y tu equipo se entusiasma. Has tenido una idea brillante. A nadie antes se le ocurrió.

Has decidido combatir la isla de calor de tu ciudad cual Quijote con brocha y lata de pintura. Los tonos grises de la ciudad no reflejan los rayos del sol y hay que bajar la temperatura. Bien conoces en tu cuerpo sus efectos: se abomban manos y pies, como globos a puntos de estallar y llegan los calambres.

Te vas a enfrentar a los puntos calientes, a los hot spots de tu ciudad. No son molinos, es verdad, pero sí gigantes extensiones de asfalto negro.  Todo debe quedar cubierto por un manto níveo, casas y calles barnizadas.

A tus colaboradores le exiges pericia como a ti. Ha de ser una solución y compruebas que sí, que la calentura baja dos, tres hasta cinco grados.  Es un logro importante.  Pero te advierten: siguen pasando demasiados vehículos.  Se volverá a agrisar la superficie que acabas de pintar.  Tu dictamen se va a refutar. Has de evaluar cómo mantener el blanco impoluto: Si restringes el tráfico o buscas mayor albedo en los materiales. Investigarás y mañana decidirás.

 


2. Inspiración. Superponer una alfombra. Esa alfombra mágica que un día imaginaste es perfecta. Salva los desniveles, los bordillos. Mientras reduces el experimento de la pintura a la periferia, te enamoras de la plataforma única. El peatón a la misma altura del coche. Ahora el duelo estará más equilibrado.  Quieres rediseñar el alma de la ciudad a la escala del ser humano.

Con quince centímetros de espesor es suficiente. ¿Quince centímetros de asfalto?  Piensas en el aglomerado impreso, que se estampa y colorea. Has conseguido reducir las caídas.

Pero un día los forenses te espetan que no es evapotranspirable y te quedas de piedra. Te ofertan adoquines revolucionarios made in Spain. Con ellos te propones aminorar la radiación solar.  Se colocan a junta abierta.  Sin cemento.  Y debajo tampoco hay hormigón.

Notas las gotas de sudor que cuelan en tu mascarilla. El astro solar se esconde tras el Wanda. El perito tras un guiño te coge la jarra de cerveza. Incrédulo ves que todo el líquido traspasa la losa filtrante.

Has cuadrado un billón de losas y adoquines drenantes. Y las máquinas vienen pasado mañana para levantar el viario. Un tambor golpetea en tu interior. Hace calor. Tu pulso pisa el acelerador.

Te comprometes. El pavimento no será resbaladizo y tampoco rugoso. No habrá tanto ruido ni tan poca transpiración. Un kilómetro cuadrado colocado y no concilias el sueño. Temes que arranquen fácilmente y tiren a tu cabeza. Mas aquí, si acaso rompen papeleras y farolas, pero no lanzan adoquines. Es un alivio en tu ensoñación.

Los colores claros que escoges esquivarán la sofocante isla de calor sin obligarte a esmaltar de blanco el perfil de la ciudad.

 


3. Propuesta: Comprar muebles para toda la ciudad. Te sientes recompensado. Vas a gozar con lo que hagas. Tus vecinos no se ha de resignar con unas migajas, ahora pueden tomar la hogaza completa. Hacer realidad los sueños de arreglar su calle, su barrio, la ciudad entera.

Sillas de madera cada cien metros, cada cincuenta. Agrupadas como si dialogaran en torno a una mesa camilla. Y ¡quieres ponerlas en todas las calles! Algunos te critican, porque el mobiliario no es de acero o de hormigón armado y se romperá.

Es tirar el pecunio público. Pero sigues empeñado en esparcir, pérgolas, juegos infantiles y bancos por doquier. Pretendes hacer próximas las personas a sus viviendas, a las tiendas, al trabajo y al ocio. Conectar con seguridad y confort.

Con cierta oposición, ocupas las bandas de estacionamiento. Luego te animas y todo lo llenas de muebles urbanos. ¿Dónde van a aparcar los coches? Eso lo tenías claro. Lejos de la calzada. Fuera de aquí. Las reservas de estacionamiento serán excepcionales. Desde 2010, centenares de parcelas se quedaron sin cuajar de edificación en el ensanche.

Se quejan los de la bancada de enfrente. No quieres esperar. La propuesta de proximidad, tu cuarto de hora para acercar andando cada nódulo de ciudad debe materializarse ya.

Te entusiasmas rellenando, proyectando nuevos equipamientos insertados en cualquier solar. Palpita el reloj de tu corazón, que has activado para que ande veloz. Tus deseos no son baratos, pero has recortado gastos para recuperar la ciudad invirtiendo todo el capítulo 6, desembolsando incentivos y ayudas con esa finalidad.

 


4. Motivación: Poner a los coches a pasear. ¡Qué sed! La garganta carraspea y no consigues salivar. Como un tuareg buscas el oasis en el espejismo. Agua, sombra y calles para jugar, reclamas a tus incondicionales.

Han quedado deslavazadas las células funcionales de la capital. No hay cadenas de espacios verdes en la ciudad. Fuentes, áreas de sombras, de descanso, entretenimiento, quioscos … Pues a toda velocidad hay que construir.

Ambicionas remediar la aridez de las áreas públicas, pero no siempre caben los árboles. ¿O sí? Las copas se pueden entrelazar. No es preciso dejar un canal para circular, pues el coche puede serpentear. El coche no debe circular a una velocidad superior al paso de los peatones. Has perdido la cobardía, la timidez.  Como diestro alfayate insertas ojales de parterres y arriates, sobre la trama urbana de la ciudad histórica.

¡Lo vas a conseguir! Hay que volver a regular las zonas residenciales, entregar los permisos de paso a quien los deba tener. Las células, las supermanzanas, las woonerwen empiezan a funcionan.

 


5. Deseo: Curar la ciudad. ¿Cuál es la estrategia general? Te volverán a preguntar.  En el papel escribes tu discurso para mañana que suena tal que así:

“La metrópoli quedó más o menos organizada en legislaturas pasadas, con apuestas por el transporte ferroviario, el metro y las grandes infraestructuras –dirás mirando al auditorio, y continuarás diciendo: El urbanismo es demasiado triste y gris. Está enfermo. Es un enfermo contagiado, que agoniza, con mala salud y deshabillado. Necesita un tratamiento de choque. Con oxígeno. Con aire puro. Hay que erradicar los tubos de escape de las narices de nuestros escolares. El antibiótico no es preciso, pero sí permitir la biodiversidad, la naturalización con grandes dosis de plantas, árboles y pájaros.  Se ha de revisar la dieta de usos, que debe ser variada de servicios y equipamientos locales y, por último, ayudar a mantener en forma a este enfermo, permitirle caminar sobre pavimentos drenantes, plataformas únicas, buena iluminación, etc.

A todo esto llamas Bioarquitectura, diseño sostenible: “Una planificación con el enfoque puesto en el ciudadano, no en el coche, y con un método del ecodiseño ecológico como compromiso para labrar un entorno más verde, ambientalmente sensible, económicamente sustentable y humanamente saludable”. Un poco cursi.

Hoy hay un acto multitudinario donde ves caras sonrientes- y te aseguro que envidiosas también, aunque te niegas a verlas-. Han venido del Ministerio, de la FEMP, de la RECS, de la RCxB y del CSCAE.

Todo son aplausos. O casi todo. En una esquina, tras la policía urbana, eres acreedor de algunos pitos y abucheos. Para finalizar compartes tu idea resumen de ciudad: “la ciudad, amigos, debe ser un vestíbulo urbano, una extensión de nuestra casa, de nuestro lugar de trabajo; confortable, de calidad y sostenible…” Y en veinte minutos desvelas tus claves, que entrelees impresas en una cuartilla:

  1. Urbanismo saludable, seguro y accesible.
  2. Espacios naturalizados en un continuo de sombras y color.
  3. Agua en fuentes y surtidores, y pavimentos drenantes con mucho albedo.
  4. Subestructuras bajo la calle para eliminar cableados.
  5. Espacios compartidos, multiuso e inclusivos. 
  6. Riego sostenible y reciclaje de aguas.
  7. Iluminación de género, estratégica, artística y diversificada. 
  8. Lugares para la participación social activa….


6. Colisión: Arboles, plantas, agua, lluvia…  Todo hay ido bien. Ahora te diriges a otro evento. Te aconsejan que vayas en el coche oficial, pero te apetece aire puro. Acomodas la cincha para no manchar el pantalón y sitúas el guarda-planos cruzado a tu espalda, como un Robin de Sherwood en bicicleta.

Te esperan en la otra orilla. Te introduces en una de esas calles que has creado. Te recuerda los emparrados rurales, que han sido tu referencia. Miras la floración de las moreras que ha dado paso a los racimillos amarillos del árbol del barniz y al morado agracejo que resalta en un manto de parterres, que no pide casi agua.

Donde no existían más que naranjos has conseguido secuencias y escenarios de variado color y estacionalidad, donde se frena el viento seco y caluroso del verano.   

Te resulta placentero escuchar el chasquido de las hojas pisadas por las ruedas de la bici y cierras los ojos para oír el canto de estorninos -¿o son petirrojos?- en esta vía, antaño repleta de coches y roedores.  Pero, sobre todo, te fascina el agua, ambrosía en constante fluir. Porfiaste en distribuir fuentes y surtidores en todos los trayectos para limitar el efecto de la exposición solar, que es tu obsesión. Llevas diez minutos en la bicicleta. Hoy ha descendido la temperatura y sopla una ventolina agradable. Levantas la mirada sin dejar de pedalear para observar el lienzo del cielo manchado de titán y violeta. El cielo plañe.  Lagrimean tus ojos, también.

Has trabajado duro con ingenieros y arquitectos para aprovechar hasta la última gota, para reusar el elixir pluvial, para rebrotar la vida natural en la ciudad. Se empiezan a calar tus huesos. No llevas el impermeable y no te importa. De repente, un rayo resplandeciente reclama tu mirada hacia su explosión sonora.

Buuuummmm.

Un recio impacto lanza volando tu cuerpo una decena de metros. Un SUV negro huye a toda velocidad. Junto a unos bolardos, cierras los ojos en un fundido a negro.

 


7. Empeño. El anti-monopoly. De político dubitativo que da una de cal y otra de arena pasaste a ser un Caesar. Con todo el poder, con un presupuesto suficiente para uno, dos o tres cuatrienios.

Estás inconsciente. Solo percibes un hormigueo intravenoso que asciende por tu brazo acolchado. Sigues aún trastocado, no te enteras de nada. No recuerdas qué ha pasado.  En nebulosas de arrebol recorres los caminos en zigzag de las nuevas avenidas de prioridad peatonal.

Es otra idea magnífica: “¿Cómo se hace?: Se difumina la línea continua de calzada suprimiendo el bordillo que representa la calle para el coche y se entrecruza un zigzagueo de itinerarios peatonales. Se enfoca en cómo deambula un ciudadano -que no un peatón, aclaras-, disfrutando de su paseo, animado con los escaparates. No se trata de trasladarse rápidamente de un punto a otro esquivando coches y prisas. El espacio público se puede convertir en diverso y complejo, donde los ámbitos se sucedan y sirvan para más de una cosa”

Ya sé que hoy no te acuerdas, pero ayer exponías que: “La organización de la ciudad desde hace un siglo hasta ahora ha sido un poco absurda. Acabemos con la historia reiterada de malos ejemplos. Porque solo hay que proponérselo de verdad. Descentralizar los servicios de verdad. Una calle no sirve si por la mañana una banda de la acera sufre la insolación, en el medio día toda la calle y por la tarde la otra acera es intransitable la mitad del año…  O arreglamos esto o paseamos todos con el aire acondicionado dentro de un coche. Y eso no es posible.”

Y tu corolario fue el siguiente: “Todos los espacios deben ser tratados con sensatez y calidad para ser usados de forma constante. Con la regeneración hemos de dignificar la ciudad, avenir la ciudad con el ser humano que la habita. Con la naturalización nos reconciliaremos con el planeta para no destruirlo para las generaciones futuras”.

No me enrollo con tus vanos recuerdos. Hoy solo ves obscuridad. Un universo inmenso en el que intentas prender algunas luces sin éxito.

Dos meses después del accidente, estás en planta, sedado, pues aún se están soldando el esfenoides y el escafoides, según el cirujano.

Tienes ensoñaciones.  Te ves jugando al monopoly. En realidad, es un anti-monopoly, pues en vez de quedarte con dinero y propiedades, te ves devolviendo espacios privatizados y plazas de aparcamiento a la ciudad; generando espacios públicos seguros y de usos flexibles, sin afectar a la voluntad individual y a la libre empresa.

Deseas atraer al ciudadano a un continuo de lugares con sombra, con agua, donde llevar a cabo actividades rutinarias como el ocio, el ejercicio físico y la cultura.

Y para ello, apuestas tu ficticia fortuna de papel.

 


8. Ensoñación. El corazón de tu ciudad. Con el alba descansa el contraluz y deja penetrar un halo entre las sombras.

Es Arqué, Tu Musa, con su insinuante túnica translúcida, un rollo de planos en la mano y su cetro.

Es la inspiración en tus obras. Siempre te asiste en la paleta de color y sonoridad de tus paisajes. Esclarece  los ocres y cremas de tus pavimentos para ahuyentar la mirada ardiente de Helios, mientras tú, en la tablet, tapizas de verde anodinas hectáreas de la urbe.

Aletean los latidos en tu pecho.  Ansían escabullirse, no desean estar enclaustrados y solamente tus bulevares saben cómo serenar tu premonición.   Anhelas que tu musa te muestre su sensual silueta, el corazón de la ciudad. El Parnaso ideal como el que tú quieres para ti y que con sus manos has de conformar.

Escuchas grillar, borboteos de agua y sonrisas. ¡Qué buena fortuna!  Coges el cuaderno y tu portaminas y caminas renqueante de la mano de tu Icono.

Se desviste de penumbra el corredor y entrevés un sinfín de contornos de gente feliz.

Se escapan sus dedos gráciles. Los caminos se bifurcan. Hoy es tu último día. No sé cuándo volveré a saber de ti.

 

 

Nota al pie: Arqué (en griego Arkhê, arjé, inicio, fuente, principio u origen, comienzo) es hija de Zeus y Mnemósine, una de las patrocinadoras de las artes. Es el complejo icono de la enigmática metáfora de la razón y la voluntad, de donde surgen los objetos y las obras de arte, y por extensión identifica el autor como la musa de la arquitectura y la geometría, con una sugerente túnica, coronada de perlas y flores, y, en su mano izquierda, un rollo con la palabra latina “suadere” (aconsejar, persuadir). Suele hermanarse con Polimnia, musa de la escultura y la poesía sacra.

TE PUEDE INTERESAR

SUSCRÍBETE

Otras entradas interesantes

Share This