La alfombra mágica del peatón

Por Antonio Bege. Arquitecto


La duda de Hamlet. Nuestro príncipe vacila: ¿Matar todos los coches mal aparcados, que se apropiaron de nuestra ciudad o dejar la venganza a Dios? ¿Protagonizar la transformación de la ciudad, hacer que cambien nuestros hábitos, o por el contrario dejarme llevar por esa cobardía, de no cambiar las cosas para que nadie se moleste, como indican los manuales de la política?

Los súbditos también dudamos: si sucumbir a la comodidad del coche o embarcarnos en la odisea de caminar en la ciudad.

Diríase que hay un kraken que devora a los peatones que deciden ponerse a caminar y creen que, solamente montados en una nave pueden sobrevivir en la travesía por los mares de asfalto. ¿Qué hacer entonces? Ir andando, si la distancia es corta, o coger el automóvil, por si acaso.  La ciudad, no nos engañemos, invita a esto segundo.

El coche me da seguridad y confío a los dioses encontrar un aparcamiento gratis en mi destino. Por otro lado, discurro que caminar es sano, y que peor lo tuvo Colón o los atrevidos expedicionarios aventurándose en ultramar. A veces prefiero no pensar a darle vueltas a la cabeza.

Una vez, con el coche averiado, recuerdo haber ido al trabajo recorriendo 1 kilómetro andando, y ¡tardé menos de 15 minutos! Menos que cuando voy en coche. Me sorprendí, pero no he tornado a pensar en ello.

El coche gana por goleada siempre. Algunos días sólo he tenido que dar tres vueltas a la manzana antes de aparcar. En la ciudad del Oeste no había problema para dejar el caballo en cualquier sitio y pararse a tomar un güisqui en el Saloon. Eso tienen que arreglarlo los políticos. Faltan aparcamientos, gratis, por favor.

¿Colocar carteles con las distancias en minutos que se tarda en ir andando sirve para algo? No parece ser eso suficiente para que yo baje las piernas de mi corcel 4×4. ¿Qué hace falta para cambiar mi actitud?

Un arquitecto me dijo un día:

– “Los peatones necesitan repostar.”¿Será verdad?  En ninguna carretera falta una Gasolinera, es verdad.

Y me cuestionó:

  • “¿Cuántas fuentes bebedero hay en una calle? “ Sin mirar, le dije que ninguna, y añadió- “si te fijas un poco, ocurre que en los trayectos a pie se suceden múltiples obstáculos, que desaniman al mejor atleta de Esparta, que elegirá ser un Carlos Sainz al volante.”

Y añadió:

  • “Para beber agua, Diógenes no necesitó ni siquiera un cuenco, solo se necesita una fuente y ganas de beber”.

Para no coger el coche y caminar necesitaría un bar cada 50 metros.  ¿Un poco de agua sin más? Pues yo no ando con eso.

  • «¿Y si le añado alguna cosa más – me dijo el urbanista? Imagínate un itinerario amable, accesible y seguro, donde no vayas en fila india, emparedado entre coche y pared. Sin tragarte los humos de los escapes y oír el ruido de los motores. Con espacios públicos dotados de sombras de árboles y techados de pérgolas, para que las inclemencias no importunen los paseos.  Y recompensados, cada trecho, con pequeños oasis con más agua, juegos, plantas, puntos de reunión para que viva la gente la calle; donde no se olvide ningún banco, para descansar y reponer fuerzas: tanto niños, como jóvenes y mayores “

Y todo esto ¿Puedes poner en las calles de la ciudad, repletas de coches aparcados o circulando ¿En cuántas calles? ¿En cuántas …? ¡Tú estás loco! – le increpé en su insolencia, que parecía no albergar dudas. Y comprendí que, tras la Crisis, abandonara la profesión y se dedicara a pintar ingenuos cuadros naíf, llenos de personas y niños jugando en las plazas.

E insistía en sus disquisiciones:

  • “Veo a Diógenes. Está vagando por las calles, sorteando coches, con su lámpara encendida, buscando a hombres honestos, planificadores y políticos, comprometidos.”

Definitivamente estaba mal de la cabeza.

Pero, aun con dudas, le repliqué que no sabía si quería ser como ese griego errabundo. No estoy seguro si es compatible la tecnología- aunque estorbe y contamine- y la calidad del espacio público. Y si el de Dinamarca no lo tiene claro, yo menos. A ver qué se dice de todo esto en las redes sociales en mi móvil inteligente….

Ya me iba a despedir, pero cogió un objeto del suelo, que parecía una salsera cochambrosa. Desvariando, me dijo que podía recurrir a esa lámpara mágica y pedir un deseo.

El me confesó el suyo: anhelaba la alfombra mágica del peatón que convertiría las calles en una “plataforma única compartida -llena de árboles, bancos, pájaros y bebederos- accesible y elevada para estar a la altura del “enemigo”.

– “Para combatir a los coches, que parecen gigantes, en igualdad de condiciones, sin bordillos. Para expulsar a los automóviles que circulan rápido, hasta las avenidas, y encerrar a buena parte de los coches abandonados a su suerte, en unos aparcamientos fuera de la calzada.”

Y pensando yo que se refería al casco histórico, me contradijo:

  • ¡Qué demonios para el casco histórico! ¡Esta alfombra mágica es para cubrir todos los puntos de la ciudad, para que el peatón deje volar su imaginación y sea protagonista en el escenario de su vida!

Me volví a casa en coche, por supuesto. No lo he vuelto a ver. Cuando sepa de verdad qué quiero, veré si froto la lámpara. O mejor no experimento. Recelo si todo ha sido un mal sueño. ¿La guardé en el desván?  Iré a buscarla, idearé algo. Después de todo la ciudad es así. Mañana será otro día…

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