Las calles, al servicio de la vitalidad urbana

La vitalidad urbana es un concepto poco definido y estudiado, pero que paradójicamente ponemos en gran valor la mayoría de personas que vivimos en pueblos y ciudades


Por Màrius Navazo

Durante décadas las calles han estado al servicio de la movilidad en coche, siendo el objetivo principal maximizar el número de vehículos en desplazamiento y su elevada velocidad. Sin embargo, ahora que cada vez parece más asumido que los retos urbanos contemporáneos obligan a un cambio significativo, ¿cuál debe ser el nuevo paradigma para nuestras calles? ¿la movilidad sostenible? ¿Maximizar el número de personas que se desplazan en modos no motorizados?

Diferentemente, desde el presente artículo se propone que el objetivo supremo a perseguir sea la vitalidad urbana, meta a la cual deben supeditarse y adaptarse el conjunto de políticas que inciden sobre el espacio público.

La vitalidad urbana es un concepto poco definido y estudiado, pero que paradójicamente ponemos en gran valor la mayoría de personas que vivimos en pueblos y ciudades. Además, a diferencia de los retos ambientales y de salud pública –palpables sobre todo en grandes aglomeraciones urbanas–, la vitalidad urbana de las calles es un reto que comparten de igual manera los pequeños pueblos y las grandes ciudades.

Bajo este prisma, el presente artículo propone que las administraciones locales creen una Oficina Municipal para la vitalidad del espacio público, con el objetivo de poner en sintonía todas las decisiones que afectan a las calles. Esta Oficina –que integraría las competencias en movilidad– tendría que depender directamente de Alcaldía u ostentar una clara superioridad jerárquica. El presente artículo detalla las competencias que podría tener una Oficina así.

En definitiva, y a pesar del distanciamiento físico que se impone en tiempos del Covid, no es momento para que los Ayuntamientos se olviden de la vitalidad de las calles, sino todo lo contrario. No sólo porque es una de las principales competencias municipales, sino porque también es una pieza fundamental de nuestra calidad de vida. Y en esta pandemia se ha puesto todavía más de manifiesto.

 

El espacio público: ¿una competencia municipal cualquiera?

El Covid-19 ha puesto claramente de manifiesto dos cuestiones en relación al espacio público. En primer lugar, se ha evidenciado que el espacio público sigue siendo aquel lugar que –de forma universal y gratuita– ofrece oportunidades de contacto con el verde urbano, deporte, paseo y ocio. Dado que el espacio público fue uno de los ingredientes sustraídos durante el confinamiento domiciliario de 2020, sabemos ahora con más fuerza que antes, y de manera experimentada individualmente, lo importante que es todo esto para nuestra salud física y mental.

En segundo lugar, la crisis también ha subrayado que el espacio público es una competencia municipal. Esto también era ya así antes del Covid-19; pero incluso durante el Estado de Alarma ha continuado siendo una competencia municipal sin ninguna injerencia superior. De hecho, las referencias del BOE al espacio público han sido escasas y, además, subrayaban la responsabilidad de los ayuntamientos en este campo. El artículo más conocido en este sentido fue precisamente aquel que establecía que «para facilitar que se mantenga la distancia de seguridad las Entidades locales facilitarán el reparto del espacio público a favor de los que caminan y de los que van en bicicleta, en ese orden de prioridad «(art. 3.5, ORDEN SND/380/2020).

También se ha manifestado con fuerza que el espacio público es una competencia municipal porque es aquí donde los ayuntamientos han hecho las actuaciones más palpables durante la crisis. Se han cortado calles al tráfico durante franjas horarias, modificado fases semafóricas, bajado terrazas en la calzada, creado carriles bici y ensanchamientos de aceras, etc. Ha sido un momento idóneo o bien para inventar, o bien para –simplemente– desempolvar planes y proyectos que dormían en el cajón por falta de voluntad política para ejecutarlos.

En conclusión, durante esta crisis se está poniendo aún más de manifiesto que el espacio público es una de las grandes competencias del mundo local, a la vez que el soporte físico donde se expresan diferentes aspectos de nuestra calidad de vida: encuentro, movilidad, juego, paseo, ocio, así como también el derecho a reunión, manifestación, etc. Además, sabemos que la movilidad es estratégica por el relevante papel que juega en el logro (o no) de los grandes retos ambientales, sociales y de salud pública. Por lo tanto, ¿qué hacemos con el espacio público? ¿Lo seguimos tratando como si fuera una competencia más de los Ayuntamientos? ¿O empezamos a tratarlo como una de las competencias por excelencia del mundo local?

Fuente: Project for Public Spaces

Fuente: Project for Public Spaces

Una Oficina Municipal para la vitalidad del espacio público

Dicho así puede sonar incluso intrascendente, como una Oficina más dentro del ya bastante complicado entramado administrativo municipal. Pero nada más alejado de la intención de proponer que los ayuntamientos creen esta Oficina. Dada la importancia del espacio público en el mundo competencial municipal, esta Oficina debería ser considerada claramente estratégica –aún más teniendo en cuenta que ostentaría las competencias en movilidad. Por lo tanto, en el mejor de los casos, esta Oficina debería depender directamente de Alcaldía –presuponiendo que la Alcaldía tiene las ganas de afrontar uno de los retos sobre los que más competencias tiene un Ayuntamiento.

Resulta interesante observar que si bien la gente percibimos las calles como un todo, como aquello que la geografía humanista define como un lugar (TUAN, 1977), la administración ha compartimentado las calles desde diferentes perspectivas: la regulación del tráfico y el aparcamiento, el mantenimiento del pavimento y los servicios (agua, luz, gas, fibra óptica), la limpieza, la seguridad ciudadana, la regulación de permisos de ocupación de la vía pública, las licencias urbanísticas, etc. Y lo más importante: aunque todas estas visiones parciales de las calles tienen como objetivo garantizar la calidad de vida y el bien común, no existe ninguna visión holística que se preocupe de comprobar que esto realmente se consiga.

Sin embargo, el objetivo primordial en relación al espacio público debería ser que este invento que nos hemos dado los humanos para vivir –los pueblos y ciudades–, sea un hábitat hecho a nuestra medida, para nuestras necesidades de cuidados, sociabilidad y cultura, para nuestro disfrute, para sentirnos acogidos y a gusto. Es necesario que nuestras calles sean lugares donde la gente se sienta atraída, quiera estar y repetir cotidianamente. Si no es así, ¿por qué las personas vivimos juntas entorno a calles? ¡Es absurdo construir un hábitat del que mucha gente querría marchar el fin de semana o donde tenemos miedo de dejar a nuestros hijos e hijas! Pero eso es lo que demasiado a menudo sucede, resultando admirable la cantidad de veces que las calles consiguen expulsar a la gente y obligarla a estar solo de paso. O la cantidad de personas que deben ser acompañadas por la calle, perdiendo así su autonomía (y la de quienes las acompañan). Por lo tanto, y como ya se ha dicho, a pesar que tenemos un sinfín de servicios municipales trabajando para garantizar la calidad de vida y el bien común en nuestras calles, el resultado conjunto muchas veces dista bastante de esta intención.

Comida en la calle

La actividad comercial siempre ha sido un ingrediente importante de la vitalidad urbana. Seguramente, por su claro carácter productivo, es uno de los aspectos más aceptado y menos controvertido de nuestras calles. Pero este es tan sólo un ingrediente más de los que deben definir la vitalidad urbana.

La actividad comercial siempre ha sido un ingrediente importante de la vitalidad urbana. Seguramente, por su claro carácter productivo, es uno de los aspectos más aceptado y menos controvertido de nuestras calles. Pero este es tan sólo un ingrediente más de los que deben definir la vitalidad urbana.

Así, pues, ¿una Oficina Municipal que tenga por objetivo la vitalidad del espacio público? Pero, ¿qué es la vitalidad urbana? De hecho, es un concepto poco definido y estudiado, pero que paradójicamente ponemos en gran valor la mayoría de personas que vivimos juntas en pueblos y ciudades. Un concepto seguramente muy subjetivo, sólo en parte medible (GEHL y SVARRE, 2013) y que las autoras y autores que lo han tratado pueden definir en relación a un abanico diverso de aspectos: presencia de personas, variedad de personas, equidad, espontaneidad, creatividad social, intervención activa, cambio continuo, etc. (BELTRAN, 2016). La vitalidad urbana, pues, no está relacionada únicamente con el ocio o el comercio, sino también –y sobre todo– con las necesidades de cuidados y participación comunitaria de los seres humanos: la cría de las niñas y niños, la atención a la gente mayor, la vida cultural, la socialización, la protesta y reivindicación, el asociacionismo, la gestión comunitaria de huertos urbanos u otros espacios, etc.

Vecinos creando su propia jardinera en medio de la calle

Manifestantes ante cordón policial (Foto de Bru Aguiló. https://twitter.com/bruaguilo)

Pero más allá de entrar en disquisiciones sobre el término –que no son objeto de este artículo– lo que quiere subrayarse desde el presente artículo es que la vitalidad urbana es una gran meta estratégica, puesto que reúne diversos objetivos bajo un mismo paraguas. Por ejemplo, la vitalidad urbana conlleva seguridad ciudadana a través de la presencia de gente diversa compartiendo un mismo espacio. Otro ejemplo: la seguridad vial que conlleva conseguir calles con pocos coches y circulando lentamente no es un objetivo supremo en sí mismo, sino un instrumento que debe ponerse al servicio de una meta mayor como es la vitalidad urbana. Porque no queremos calles vacías de coches, sino llenas de vida.

Desde el presente artículo, pues, quiere ponerse de manifiesto que la vitalidad urbana funciona muy bien como objetivo finalista. Y es bajo el paraguas de este objetivo que se deben poner en sintonía todo el resto de decisiones que afectan al espacio público. Es necesaria una dirección de orquesta que vele por el resultado esperado. Y este debe ser precisamente el papel de la Oficina: conseguir que las diferentes partes no trabajen autistamente y rindiendo cuentas exclusivamente a unos objetivos sectoriales, sino bajo un mismo paraguas y objetivo común, como es la vitalidad urbana.

 

Sobre las competencias de la Oficina Municipal para la vitalidad del espacio público

Las diferentes competencias de la Oficina podrían ser las que se apuntan en la siguiente tabla:

Como muestra la tabla, no todos estos aspectos competenciales deberían estar integrados completamente en la Oficina. Muchos de ellos seguirían funcionando como hasta ahora, al margen de la Oficina. Pero habría una cierta vinculación con una Oficina como esta, jerárquicamente superior –colgando, como ya se ha dicho antes, directamente de Alcaldía. Por ejemplo, el departamento de urbanismo recibiría claras directrices desde la Oficina sobre cómo promover la movilidad a pie a través del urbanismo de proximidad, la definición de la línea de fachada, las tipologías edificatorias y la necesaria reflexión entorno de las plantas bajas –abordando los retos que plantea el comercio electrónico y el vaciamiento de actividades en bajos comerciales. Otro ejemplo: el departamento de obras y proyectos debería recibir claras instrucciones sobre los ingredientes que convierten a un lugar en acogedor, tal y como ya hace décadas comenzó a estudiar William H. Whyte y tantas otras publicaciones han ido desarrollando.

La vida social en los pequeños espacios urbanos

La ciudad paseable

La ciudad a la altura de los ojos

Ahora bien, otros aspectos deberían pertenecer íntegramente a esta Oficina. La movilidad sería la principal competencia, dada su importancia estratégica en el logro de varios retos contemporáneos. Y también, evidentemente, por las claras implicaciones de la movilidad en la vitalidad de las calles: desde el necesario cuestionamiento del gran espacio de calzada dedicado a circulación y aparcamiento, hasta la naturaleza de las propias calzadas (¿los coches como anfitriones o como invitados de las calles?). Por no hablar de la importancia que deben adquirir los transportes colectivos, la bicicleta/VMP y –evidentemente– la movilidad a pie.

Especial atención requieren también las licencias de ocupación de la vía pública. Este es un campo enormemente burocratizado y que a menudo se erige como una gran barrera para la vitalidad del espacio público. Tenemos conocimiento de las dificultades para sacar adelante verbenas, actos culturales al aire libre o incluso meros encuentros de gente, dado que muchas ordenanzas municipales requieren de seguros de responsabilidad civil.

Sería necesario flexibilizar las ordenanzas con el objetivo de facilitar el uso de las calles. Eximir de la necesidad de seguros en los casos menos complejos es una necesidad en la que debería empezar a trabajarse para hacerla posible jurídicamente. No puede ser lo mismo organizar una hoguera de San Juan que una simple cena vecinal. Sin embargo, resulta incongruente ver cómo incluso se han denegado licencias de ocupación de la vía pública a escuelas que querían hacer el patio en la calle (por falta de espacio en el interior del recinto escolar), mientras las licencias con afán lucrativo para poner terrazas de bares son ampliamente aprobadas; por no hablar de la posibilidad de aparcar un bien privado en la calle como el coche, durante días y de forma gratuita, sin necesidad de licencia de ocupación de la vía pública. Ejemplos tan pequeños como estos parecen hacer aún más cierta la afirmación de Manuel Delgado cuando dice “en la ciudad capitalista no existe ningún espacio que no sea privado o privatizado, destinado a devenir tarde o temprano en fuente de beneficio de particulares” (DELGADO, 2019).

Ejemplo de patio escolar en la calle, cerrando temporalmente la calle al tráfico motorizado.

Ejemplo de patio escolar en la calle, cerrando temporalmente la calle al tráfico motorizado

Siguiendo con el listado de competencias integrales de la Oficina, sería necesario instituir programas impulsados desde la administración local con el fin de activar las calles. Por ejemplo, la ciudad de París puso en marcha el permis de végétaliser (https://vegetalisons.paris.fr/vegetalisons/), para que las personas que lo soliciten puedan hacerse cargo de un alcorque, de montar unas jardineras en la calle o incluso diseñar un rincón para sentarse contemplando un trocito de verde urbano. Por lo tanto, se autoriza a instalar un tipo de mobiliario urbano en la calle que no cumple con las homologaciones que cumplen los productos adquiridos en el mercado. Y la ganancia es clara en términos de vitalidad y de apropiación del espacio urbano por parte de quienes lo habitan. Pero en nuestro país, la posibilidad de que alguien se haga daño con un producto no homologado ya frena muy a menudo a la administración de autorizar su instalación. Así, una vez más, es necesario limar las trabas (o miedos) jurídicos con los que demasiado a menudo nos encontramos.

Otros programas que la administración debería liderar son las calles para jugar (los conocidos play streets del mundo anglosajón), donde el vecindario de una calle solicita cortes de tráfico periódicos para que las niñas y niños puedan salir a jugar frente a su casa. O programas como el New York City Plaza Program, que selecciona anualmente –de entre las diferentes solicitudes presentadas por las asociaciones de los barrios– varias calles a transformar para mejorar su habitabilidad. Todos estos programas tienen en común que es la administración quien los lidera, quien institucionaliza un marco regulador, pero son las personas a título individual o de forma organizada quienes lo solicitan y lo hacen realmente posible. La administración invita y pone fácil que la gente solicite ese cambio que el equipo de gobierno quiere hacer visible. Y es aquella gente que también así lo desea, quién hace posible el cambio. En definitiva, podríamos definirlos como programas para buscar alianzas para el cambio que quiere promover la administración local. Además, dado que la vitalidad urbana no puede venir impuesta desde arriba, y que siempre genera nuevos conflictos y tensiones, son programas de un gran valor estratégico para el cambio.

Precisamente, dado que la vitalidad urbana fácilmente crea conflictos y tensiones, esta Oficina Municipal no puede desatender la mediación. Aún menos en el actual contexto en que la vitalidad urbana está en muchos casos estigmatizada. Reconozcamos que en este artículo hablamos implícitamente de la vitalidad urbana como algo positivo, pero que mucho más a menudo es tratada como algo negativo, como fuente de problemas –especialmente por parte de los medios de comunicación. Hay que tener presente que partimos de una herencia donde poca gente se queja del ruido de coches y motos, pero fácilmente la gente llama a la Policía para quejarse de gente charlando o jugando. Donde fácilmente es vivido como más molesto un banco delante de casa que cuatro carriles de circulación. O el caso más conocido: las terrazas de bares, que a tanta gente gustan (de hecho, durante los confinamientos aparecen repetidamente como el paradigma de la cotidianidad, de lo que mucha gente anhela recuperar), pero que poca gente quiere debajo de su casa.

Prohibición de pelotas, o canastas de baloncesto con horario de uso, contrastan con el peligro que generan los coches (que nunca se nos ocurriría prohibir) o con el ruido que genera el tráfico las 24 horas.

Prohibición de pelotas contrasta con el peligro que generan los coches (que nunca se nos ocurriría prohibir) o con el ruido que genera el tráfico las 24 horas.

Canasta de baloncesto con horario de uso

Por lo tanto, cuando hablamos de vida urbana, ¿de qué tipo de vida hablamos? ¿Hablamos sólo de la vida que aportan tiendas y cafés en horario laboral? ¿O hablamos también de la vida que por naturaleza es espontánea, incontrolada, caótica si se quiere, y que pone claramente de manifiesto intereses contrapuestos? Una vida urbana alejada de la asepsia, de aquella vida que sólo puede contener lo que gusta a un cierto tipo de adulto hegemónico: el paseo, ir de compras, conducir un coche o moto, consumir en una terraza (diurna, ¡por supuesto!), mirar escaparates, charlar con quien te encuentras y disfrutar del fresco en la cara. Esta es la estampa de la vida urbana ampliamente aceptada, que muchos han etiquetado como «cívica». Pero reconozcamos que esto es una vida urbana pasteurizada que expulsa y renuncia a la mayoría de los elementos que definen el hecho urbano: el juego infantil (y sus gamberradas), los encuentros de la adolescencia (para hacer lo que les gusta y en las horas que les gusta), las terrazas de los bares (y su apertura nocturna), las manifestaciones, los enfrentamientos contra el orden establecido y la policía, las fiestas mayores y verbenas, etc. Por no hablar de actividades consideradas hoy ilegales como la venta de substancias prohibidas. Por no hablar, tampoco, de la injusticia que significa que las calles sean el único hogar que tienen algunas personas.

En definitiva –y dejando aparte las grandes injusticias como la gente sin hogar– cuando pretendemos eliminar de nuestras calles todo aquello que se escapa de la foto idílica del «civismo» entonces obtenemos también un paisaje gris y adormecido. Desmontar este concepto pasteurizado de la vida urbana no es empresa nada fácil, dado que es entrar en el terreno intangible de la mentalidad colectiva, los valores o la mirada predominante respecto para quién y para qué deben ser las calles. Pero debemos tener claro que no sólo el tráfico o el urbanismo moderno son las principales amenazas a la vitalidad urbana. La desconfianza social, el enaltecimiento de la vida privada dentro de los hogares o la construcción cultural del «civismo» son también elementos muy significativos a tener en cuenta.

En cualquier caso, y retomando el hilo, dado que el conflicto es inherente al espacio público, la mediación debe ser una herramienta muy presente dentro de la Oficina. Y también los protocolos de actuación de la Policía Local deben estar en consonancia con los objetivos de la Oficina. Porque hay que poner luz al hecho que muchos conflictos entre colectivos no hacen más que expresar los propios conflictos que puede tener un mismo individuo interiormente: me gusta correr en coche, pero que los coches no corran en mi calle; quiero que haya terrazas de bar, pero no debajo de mi balcón; bienvenida la diversidad, pero no sentada en el banco de mi calle; me divierte la fiesta mayor, pero no delante de casa; etc. Por no hablar de conflictos cronológicos internos: me molesta la juventud de fiesta o la infancia jugando, pero me encantaba estar con mis amistades por la calle cuando tenía esa edad. Por lo tanto, tenemos un gran camino a recorrer para reconocer que los conflictos colectivos son a menudo también conflictos individuales y que, por lo tanto, más que erradicarlos con patrullas policiales dedicadas a prohibir, deberíamos encontrar la manera de familiarizarnos y convivir con ellos. David Engwicht expresa claramente esta idea:

«En los procesos participativos y en las tomas de decisión políticas, la ciudad trata a la gente como si tuvieran una única y unificada identidad con un único y unificado conjunto de valores y necesidades. En muchos casos, pues, encontramos la gente que representa la voz de los «residentes» y otra gente la de los «motoristas». Otros representan los «ambientalistas» y otros los «negocios o comerciantes». Y se construye una relación antagónica entre estas personas donde el proceso se convierte en una guerra para ver qué parte «gana». Nuevas formas de participación deberían internalizar este conflicto que se ha externalizado. Y una vez internalizado, la energía generada por el conflicto entre nuestros deseos contradictorios no sería desperdiciada en una batalla de egos, sino que sería aprovechada para generar innovaciones y tratar más creativamente con la tensión». (ENGWICHT, 2005). [Traducción propia]

Precisamente, se ha hecho pública recientemente la campaña #Jotambésocveïna [traducción: yo también soy vecina] en la ciudad de Vilanova i la Geltrú, que quiere llamar la atención respecto a los «laberintos burocráticos» para los usos de ocio y cultura en las calles. En concreto, su manifiesto expone precisamente el conflicto del que aquí hablamos:

«Una clienta de un bar, una técnica de sonido de un concierto, una conductora de una furgoneta, una ciclista aficionada a la montaña y una vecina del centro pueden ser la misma persona. En nuestra sociedad nadie es una sola cosa y eso la enriquece y la hace plural y diversa, y, a la vez, debería hacer más empática. Vivir en sociedad es aceptar que hay situaciones y momentos concretos que nos generan disconformidad o un cierto malestar pero que los toleramos porque consideramos que hay un bien superior a preservar: el derecho a la socialización, el derecho al acceso a la cultura, el derecho al ocio, el derecho a la educación … «(www.jotambesocveina.com). [Traducción propia]

De hecho, el tratamiento que el ingeniero de tráfico Hans Monderman hace del conflicto en el terreno de la seguridad vial viene al caso también para el tipo de conflicto que aquí estamos hablando. Monderman, conocido por ser el creador de los shared spaces, hablaba del conflicto en estos términos:

«¿Por qué planificadores e ingenieros tienen tanto miedo al conflicto? El conflicto es una parte normal de un proceso democrático en el mundo social. Cuando intentamos eliminar el conflicto a través de una sobre regulación [del diseño físico] estamos debilitando el desarrollo de una vida social robusta y vibrante » (extraído de ENGWICHT, 2005). [Traducción propia].

 

La movilidad como pieza clave para la vitalidad urbana

Una de las primeras derivadas del planteamiento expuesto hasta aquí sería que dejamos de relacionar la movilidad con departamentos como la Policía, el Urbanismo o la Vía Pública, a fin de darle un carácter claramente estratégico y superior, y ligado a la vitalidad urbana. Sirva de ejemplo la ciudad de Pontevedra, donde el cambio de modelo de movilidad se realizó directamente desde Alcaldía y sin Plan de Movilidad Urbana ni documento técnico parecido. Como bien dicen los propios protagonistas del cambio, su plan de movilidad era el programa electoral con el que se presentaron a las urnas.

En un plano más discursivo y menos administrativo, también significa dejar de relacionar tan acentuadamente la movilidad con aspectos ambientales (tal y como hacíamos tradicionalmente, en relación al cambio climático, consumo energético, biodiversidad, etc.) o con aspectos de salud pública (tal y como ha hecho tradicionalmente el mundo anglosajón, y ahora estamos haciendo aquí, en relación a la calidad del aire, la calidad acústica, la accidentalidad y el sedentarismo). Si bien todos estos aspectos deben continuar bien presentes en el marco discursivo, aquí se propone que a nivel municipal la movilidad se ponga al servicio de recuperar la vitalidad de las calles. Evidentemente, incrementar la vitalidad urbana está en total consonancia con la necesidad de reducir el estatus quo del coche y la moto y, por lo tanto, en sintonía con los retos fijados en el marco legal vigente respecto la salud pública y el medio ambiente.

En definitiva, como sabemos lo importante que es la movilidad a la hora de potenciar o erosionar la vida en las calles, la movilidad se planificaría también (y sobre todo) en función de este objetivo. Como ya se ha afirmado más arriba, la vitalidad urbana hace de muy buen paraguas y es un objetivo muy palpable en la vida de las personas, tanto de ciudades grandes como de pueblos pequeños –a diferencia de los objetivos ambientales o de salud pública, que no tienen la misma relevancia cuando se trabaja en municipios pequeños.

El espacio natural por excelencia para el juego y el encuentro vecinal: delante de la puerta de casa. El urbanismo moderno ha desplazado y confinado estas funciones en las llamadas zonas verdes (plazas y parques), impidiendo su natural diseminación por las calles y –consecuentemente– erosionándolas o eliminándolas

Además, en el actual contexto pandémico, el espacio público toma una importancia renovada. Si bien comenzamos la crisis cerrando los parques, ahora podemos ver como el Hospital de Olot hace el seguimiento de las embarazadas en un parque cercano (en este caso, no sólo por el bajo riesgo de contagio fuera de los espacios cerrados, sino también para potenciar los vínculos con la naturaleza). Y, evidentemente, si el espacio público es sanitariamente más seguro que los espacios cerrados, podemos pensarlo como un lugar ideal para bibliotecas al aire libre, clases de yoga, pequeños conciertos y espectáculos, pic-nics familiares, etc. De hecho, grandes ciudades del mundo han pensado como hacer algunas clases de las escuelas en la calle, o incluso como organizar la vida nocturna en el espacio público.

Phil Myrich, director de la organización Project for Public Spaces (PPS) de Nueva York, afirma en su artículo reciente The recovery will happen in public space:

«Ahora no es tiempo de recortar la financiación de los departamentos que administran nuestro reino público. Al contrario, ahora es el momento para finalmente deshacer lo que Jane Jacobs llamó como el great unbalance [gran desequilibrio] de la financiación en el espacio público: para responder y adaptarnos ágilmente, tenemos que invertir continuamente en la gestión, la programación y la mejora del espacio público, en vez de ejecutar grandes inversiones en proyectos aislados «. (MYRICH, 2020). [Traducción propia].

Ciertamente, Jane Jacobs ya subrayaba hace décadas que existía un great unbalance en los presupuestos municipales entre la partida para construir y la partida para gestionar lo construido. Hasta el extremo que demasiado a menudo era más fácil conseguir un nuevo proyecto urbanístico para reformar un parque degradado que encontrar los fondos para reparar el mobiliario urbano, cuidar de la jardinería y mantenerlo limpio.

En conclusión, la creación de una Oficina Municipal para la vitalidad del espacio público no sólo debe integrar las competencias en movilidad. En ella también deben encontrar cabida todas estas reflexiones, consiguiendo que los presupuestos municipales traten las plazas y las calles como lo que deben ser: una pieza fundamental de la vitalidad urbana, la sostenibilidad y la salud pública. En definitiva, una pieza fundamental de nuestra calidad de vida.

 

BIBLIOGRAFIA

BELTRAN, M. (2016). La importancia de la vitalidad urbana, Ciudades 19(1), Universidad de Valladolid, p. 217-235.

DELGADO, M (2019) Marxismo y ciudad. El materialismo histórico ante la cuestión urbana. El país, 15/07/2019. Consulta aquí

ENGWICHT, D. (2005). Mental speed bumps. The smarter way to tame traffic. Annandale: Envirobook.

GEHL, J., SVARRE, B. (2013). How to study public life. Washington: Island Press.

JACOBS, J. (2016). Vital little plans: the short Works of Jane Jacobs. Consulta aquí el extracto

KARSSENGERG, H. et altri (2016). The city at eye level. Lessons for street plinths. Delft: Eburon Academic Publishers.

MYRICH, P. (2020). The recovery will happen in public space. Consulta aquí

POZUETA, J., LAMÍQUIZ, F., PORTO, M. (2009). La ciudad paseable. Madrid: CEDEX.

TUAN, Y. (1977). Space and Place: The Perspective of Experience. Minneapolis: University of Minnesota Press.

WHYTE, W. (1980). The social life of small urban spaces. New York: Project for Public Spaces.

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