Un paseo por la biofilia

La biofilia es la afinidad innata de los seres humanos con el medio natural


Por Javier Dopico Magadán

Doctorando en epidemiología (Laboratorio Federal Suizo de Ciencia y Tecnología de Materiales de la Universidad de Basilea)


El árbol -como el capital de la vegetación urbana- es quizás, a criterio inconsciente de la mayoría de la ciudadanía, uno de los actores más infravalorados en cuanto a la conectividad de una ciudad se refiere. Todo árbol forma parte, en mayor o menor medida, del tejido (verde) urbano. Y el árbol se asienta sobre un suelo.

Se puede hablar de ciudad haciendo referencia a un gran número de componentes, todo depende del interés de la persona que observe, pero principalmente de la que decida. Siendo el árbol parte de un modelo que nos lleva hacia el concepto ciudad, ¿dónde se sitúa, por ejemplo, el coche entonces? ¿Y el suelo? Suelo – árbol – coche, ¿no? Al menos es el coche quien precisa de un suelo para ser funcional y no al revés. ¿Se trata de una jerarquía? ¿Existe una relación? ¿Árbol y coche se necesitan mutuamente? ¿Una sinergia al menos? Sobre un suelo además se desarrollan otros modelos de vida que nada tienen que ver con ciudad, donde también hay árboles y coches. ¿Es hoy en día más ciudad aquella que tiene más árboles, más coches o la que de más suelo dispone?

Más árboles, menos coches

Poniendo el foco de nuevo en los árboles (con más diversidad que los coches), no solo sus beneficios son innegables sin importar el ecosistema a estudiar (y a la bibliografía me remito), sino que su existencia sustenta además gran parte de la (bio)diversidad ecológica urbana, la cual soporta la pesada carga del ser humano. ¿Y qué hay del suelo? ¡Si es éste el que soporta a su vez al árbol! ¿Dónde se ha de poner énfasis a la hora de repensar una ciudad? Spoiler: en el coche no. Resulta más obvio pensar en un suelo antes que en un árbol cuando la idea de movilidad aflora: mejor para caminar un suelo con una buena superficie, estable, seguro y sin desperfectos como los causados por las raíces que caminar al lado de unos árboles de copa desnuda que erosionan el terreno. Pues claro que el árbol no es el ser vivo idílico, supone también unos efectos (deservicios) incómodos para la población como malos olores y suelos pegajosos. Si se vende así la conectividad suelo-árbol está claro quien es el patito feo.

Más naturaleza en la ciudad

¿Apostamos entonces por una superficie de alta calidad, que transmita seguridad y confianza y que además sea accesible para cualquier grupo social en su movilidad o por renaturalizar un ápice del más complejo ecosistema creado por el ser humano?

La serie de preguntas podría continuar: ¿hasta que punto nos beneficia el destinar a la naturaleza cada vez más espacio en la ciudad? ¡Sería un despropósito que en sociedades avanzadas nadie tuviese en cuenta a las personas que padecen polinosis! ¿Es realmente imprescindible renaturalizar o vale con mantener en buen estado el patrimonio ya existente? Al fin y al cabo, las ciudades, con sus metabolismos y flujos, han vivido ya varios paradigmas. Tal vez con una pincelada de verde por tejido urbano, digamos un 10% de su superficie, ya cumpliríamos con los requisitos para ese desarrollo de vida (que suena a factor de bienestar). Hay una planificación, un diseño, un uso del suelo con un fin común, ciertas especies que se instalan…et voilà, tenemos (bio)diversidad en la ciudad. Nuevos (c)olores y un parche para paliar esos pequeños desperfectos que el ser humano provoca alguna que otra vez. ¿Y a quién se complace así? La idea es claro sobre un espacio de libre uso y disfrute público. Qué gran lujo esas personas que viven en las inmediaciones de dicho espacio verde. Hasta lxs turistxs encuentran una actividad más para realizar a su paso por la ciudad. ¿Y que hay del colirrojo tizón que habita en el edificio junto al parque? ¿Adaptación, aclimatación, casualidad? Y si realmente hablamos de ciudades más democráticas, ¡pues que ese 10% se reparta en pequeñas islas por todo el territorio urbano y todxs tendremos verde!

¿Se empieza a ver ahora la complejidad del tema y la necesidad de abordarlo desde distintos enfoques y a través de una gran diversidad de profesionales (además de otrxs tantxs actrices y actores)? Ni que decir tiene la gestión necesaria que requiere esta infraestructura como cualquier otra en la ciudad.

Crecer en la indiferencia

Conectemos la idea de árbol y suelo como si de Batman y Robbin se tratara. Ambos cumplen, si, pero juntos, menudo dúo. Un árbol necesita crecer sobre un suelo con oxígeno, agua y materia orgánica para a su vez absorber CO2. No parece difícil extrapolar esta teoría a la práctica, más aún cuando haberle dedicado un pequeño alcorque puede suponer tal beneficio. Pero si empezamos a repoblar la ciudad de coches árboles, ocupando estos un espacio público, ¿dónde han de habitar para que no disminuya mi espacio en el transcurso por la ciudad? En una ciudad, y ya que se trata de una ciudad (que inoportuno e ingenuo el árbol por atreverse a crecer rodeado de asfalto) el suelo será muy compacto, donde el agua correrá directa hacia los desagües pluviales, habrá déficit de oxígeno y material orgánico y por lo tanto ninguna raíz tendrá altas posibilidades de desarrollarse con éxito bajo dicho asfalto. Y cuando prospera, apenas nos fijamos en ese árbol de la esquina hasta que nos regala, tan solo por unos días al año, una espectacular estampa para volver a caer en olvido el resto del año. Y así año tras año. Veni vidi vici.

Introduciendo rápidamente el concepto de biofilia:

El ser humano necesita de la naturaleza.

Dejo en el aire que ocurre al revés. Las personas necesitan mantenerse en contacto con la naturaleza. Existe una afinidad innata y genéticamente determinada de los seres humanos con el mundo natural, y es lo que se ha definido como biofilia.

Renaturalizar

Algo de criterio inconsciente se reflexionaba por aquí arriba e iba ligado a la conectividad de una ciudad. Si hablamos de conectividad pensamos en la otra punta de Europa a 4 horas, en la red de internet y hasta en la expansión y propagación de un virus. No se piensa en renaturalización. Activamente, nos movemos más cuanto más nos guste el acto de movernos. El entorno es parte de ese “viaje” -literalmente- y suelo y árbol son parte de ese entorno. También se mencionaba más arriba la perspectiva del interés, así como la idea de ciudades más democráticas (y sostenibles). Acotemos a un interés común entonces. Independiente de la ideología política, color del pelo y la fruta de verano favorita, la salud puede ser uno de los mayores intereses comunes que encontremos entre toda la población. Se ha sugerido ampliamente que estar al aire libre ayuda al cuerpo humano a soportar mejor las tensiones psicológicas y físicas y, por lo tanto, a reducir los niveles de estrés, depresión y ansiedad. Por otra parte, los valores estéticos de la naturaleza también pueden alentar el caminar e incentivarnos a ser físicamente activos. Por esta razón, la provisión de vegetación en los espacios urbanos ayuda a satisfacer el deseo de los humanos de contactar con la naturaleza y mejorar su salud física y mental. Se promueven así además las actividades de ocio y recreo al aire libre, actuando de elemento sociabilizador y vínculo entre diferentes grupos sociales, culturales y de edad. Si la conectividad de los suelos con los árboles repercute positivamente en la salud (bendita bibliografía), ¡hágale pues!

El necesario verde urbano

Atendiendo al rumbo al que está virando la sociedad y, en consecuencia, el planeta, atrevámonos a decir que el verde urbano es necesario (podremos gestionar y lidiar con la sensación de quedarnos pegados al suelo al caminar). Los beneficios para la salud de esta infraestructura son importantes para abordar los desafíos futuros que implican el envejecimiento de las sociedades modernas. Desde la mejora de la calidad ambiental del aire urbano hasta el paisaje y pasando por la reducción del ruido. Como recoge la Carta Europea de los Derechos del Peatón, que el derecho de éste a la creación de pulmones verdes se convierta en uno de los puntos del día. Asimismo, los suelos donde habiten los árboles han de ser de calidad. Suelos con presencia de humus (componentes orgánicos) y minerales. Los suelos permeables junto a la vegetación (la cual se puede ver en la ciudad como la protección de dichos suelos) pueden suponer un alivio en la presión sobre los sistemas de drenaje ya que puede absorber una considerable parte de de las aguas pluviales de las superficies pavimentadas y retrasar su progreso hacia los desagües. De este modo, y teniendo en cuenta la vulnerable situación que gran parte de la vegetación urbana experimenta, puede resultar interesante aprovechar cada oportunidad para mejorar el entorno en estos perfiles.

Suelo + árboles = caminabilidad

Y que bien pinta este entorno, al menos en lo teórico. Tampoco dista mucho de la práctica, solo se requiere cierta implicación (principalmente por parte de esxs actrices y actores). Esto repercutirá finalmente en el modo en el que nos movemos por el entorno urbano. Por lo tanto, si, existe una relación entre los árboles y los suelos e implica caminabilidad. Y la cadena continua incluso cambiando la escala. Con la creación de infraestructura y espacios verdes en el marco de la sostenibilidad, se puede llegar a repercutir de forma positiva y en un alto grado no solo en la salud pública, sino que también puede suponer un superávit económico. El refuerzo de la relación suelo-árbol (si, el coche ya está olvidado) se puede conseguir asignando un valor a las zonas verdes urbanas, desarrollándolas y aumentando su calidad. Ni que decir tiene su accesibilidad y seguridad. Que se creen estos nodos sería maravilloso, pero que se unan formando una auténtica red que permita atravesar la ciudad satisfaciendo la biofilia, ha de ser una realidad.

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