Santander reflexiona sobre la infancia en sus calles

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Colegios profesionales de Arquitectura y Caminos y la AMPA de un colegio urbano se imaginan otro tipo de calles para rodear los centros educativos


Cómo queremos vivir y no cómo queremos movernos fue la disyuntiva que Ana Montalbán, directora técnica de la Red de Ciudades que Caminan planteó ante los participantes en la jornada Ciudad e Infancia que tuvo lugar en Santander avalada por los Colegios de Arquitectura e Ingeniería de Caminos de Cantabria y la AMPA colegio Cisneros, ubicado en el centro urbano.

Ante el dilema, Montalbán planteó algunas fórmulas para recuperar la infancia en la calle. La primera, realizar planes urbanos para reducir el número de calles destinadas al coche, pues no todas tienen que ser para pasar y los barrios pueden ser una especie de ecosistemas protegidos. También recomendó un diseño urbano pensado para reducir el espacio destinado al tráfico, con abundantes calles de convivencia y en el resto, buenas aceras. 

Por último, un aspecto que no siempre se tiene en cuenta: seleccionar bien por dónde empezar a hacer reformas, pues ahí los colegios tienen un papel esencial. Los alrededores de los centros educativos deberían seleccionarse como entornos prioritarios dentro de una Red peatonal principal, tal como recogen los pósters divulgativos de la serie “La Ciudad Deseada”. 

Motonormalizar

El profesor David Lois, uno de los tuiteros de más éxito en relación con la nueva movilidad, habló de la necesidad de que los niños vuelvan a la calle para mejorar su salud, además de otros temas como la conciliación familiar, la autonomía infantil o las capacidades cognitivas de la infancia. 

Expuso además el concepto de motonormalización, que indica que las personas nos hemos acostumbrado a que los coches ocupen la calle, a que sean los protagonistas del espacio, e incluso a la violencia que generan, traducida no sólo en muertes y lesiones, sino sobre todo en el estrés constante que nos supone tener que estar siempre vigilantes frente a un peligro. 

Es una dimensión que transmitimos a la infancia con el permanente “ten cuidado”, “dame la mano que vamos a  cruzar” o “no te sueltes”. Salir a la calle quiere decir estar en alerta constante frente a un peligro, “algo que hemos normalizado”. 

¿Qué es un espacio jugable?

La paisajista Martha Wall, la última de las participantes, habló de otra manera de hacer parques y patios de colegios, todos dentro de la filosofía de que los niños no necesitan juegos específicos en los que siempre hagan lo mismo, sino espacios abiertos, en contacto con elementos naturales (verde, agua, tierra) y algún que otro desnivel. 

Reflexionó sobre lo que es un espacio jugable, definiéndolo como uno en el que el niño simplemente pueda jugar con riesgos asumibles, aunque el tráfico no sea uno de ellos. También habló de las calles como espacios jugables siempre que eviten la amenaza constante del tráfico.

El Colegio Cisneros

El evento se celebró en el Colegio Cisneros, con implicación activa de su AMPA y de su directora. Sus instalaciones se ubican en una calle del centro de Santander con una elevada vitalidad urbana (varios centros educativos, equipamientos y comercio diverso…). La calle es estrecha y los coches protagonistas absolutos. Los colegios llevan tiempo pidiendo una transformación y tenían una oportunidad clara: una obra para realizar conducciones subterráneas que podría haber acabado con la transformación del espacio en su superficie. En lugar de eso, el espacio urbano quedó igual, pero con una valla para que los niños no se salgan del camino. 

 


A continuación reproducimos el texto de presentación de la jornada, una interesante reflexión sobre infancia y ciudad.

Infancia y Ciudad

 

Cada vez es más difícil ver niños en la ciudad y esto no se debe únicamente al descenso de la natalidad. Otros factores, como el desplazamiento de la población joven a la periferia de las ciudades, o la percepción de inseguridad que tienen los padres de las calles actuales, influyen en ello. El diseño de las calles no incentiva su presencia, y tampoco los espacios concebidos para ellos, que tienden a ser sobreprotectores y aisladores de su entorno. Hoy son muchos los adultos que tienen la percepción de que la ciudad moderna ha truncado la posibilidad de jugar en la calle y lo cierto es que los niños necesitan espacios públicos protegidos, pero que les brinden autonomía.

En las últimas décadas las ciudades se han planificado desde la perspectiva del coche, lo que ha influido en la ubicación de los diferentes usos: residencia, trabajo, estudios u ocio. Esto limita la autonomía de los niños o de los adolescentes, que de por sí sólo pueden desplazarse de manera autónoma andando, en bici, o en transporte público, convirtiendo la distancia en una primera barrera, a la que se añade el miedo que los padres tienen al tráfico. Si todo se hace en coche, se pierde la vida de calle, y para evitarlo hay que planificar y diseñar calles para las personas, concebidas como un espacio público de relación social y de encuentro, de forma que inciten a recorrerse y faciliten la estancia y el juego informal.

También el uso que se hace del espacio público influye en la autonomía de la infancia. Cada vez más se percibe a los niños como un problema y se les impide el uso de la calle (“prohibido jugar a la pelota”), lo que se une a la creciente comercialización del espacio público, que asigna más espacio a terrazas de bares, o aparcamientos, que al uso libre del espacio común.

Por otra parte, no siempre los lugares que tienen sentido para los más pequeños coinciden con los espacios creados para ellos, pues a través del diseño se han implantado espacios para la infancia a modo de parques de catálogo. Los niños y jóvenes disfrutan de los lugares no programados, como son los recovecos de una calle, una barandilla o las escaleras de un edificio. Muchas veces la imaginación es el verdadero sentido del juego y, en ocasiones, la transgresión del uso es lo que da el valor al espacio. El tobogán siempre fue un ejemplo de ello: no solo sirve para bajar sentado; se puede bajar tumbado, de cabeza, de espalda…, se puede escalar, bajar en grupo o atravesar bajo un túnel improvisado con piernas. Los retos y dificultades, incluso la sensación de peligro, estimulan la actividad y provocan la excitación necesaria para el juego, pudiéndose pensar lugares para los niños que se conviertan en sus lugares.

Tradicionalmente se evoca una infancia que transcurría en contacto con la naturaleza: trepar un árbol, correr por la playa o subir una montaña… El progreso ha creado sustitutos de alta calidad, como son juegos electrónicos, clases particulares o centros comerciales con sus áreas recreativas. Pero estos entornos contribuyen a formar al niño como el futuro cliente que no usa el espacio, sino que lo consume. En general, son sustitutos artificiales que tratan de emular el juego al aire libre, o la naturaleza, pero no hacen ni lo uno, ni lo otro.

Por otra parte, la relación con nuestro entorno es reciproca: lo modelamos y nos modela; por lo que, si en lugar de estos sustitutos, se diseñara el espacio público incluyendo la naturaleza, que es un elemento más del juego, y que aporta todos sus beneficios, además de calidad y seguridad al espacio, se generarían adultos respetuosos con el medio, autónomos y libres.

Los niños, como el resto de colectivos que forman la sociedad, tienen derecho a usar la ciudad. Si se consigue planificar y diseñar teniendo en cuenta a la infancia, la ciudad será más inclusiva y rica para todos.

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